Históricamente la lectura ha estado
vinculada a la escuela o al aprendizaje. La lectura, de esta forma, se ha
convertido en una competencia instrumental para aprender una diversidad de
conocimientos. En la escuela estos conocimientos están organizados en áreas
curriculares. Si la función de la escuela es enseñar, entonces ineludiblemente
se utiliza la lectura como una forma de aprendizaje; pero para leer previamente
se necesita haber aprendido a leer, a esto se ha dedicado la escuela a través
de la historia.
Sin embargo, la función de la escuela,
en muchos casos, se ha reducido solo a enseñar a leer y escribir de manera
mecánica y como meras habilidades técnicas; y desde que el niño aprende a leer
y escribir, es una práctica permanente en la vida escolar. Los niños leen y
bastante. El problema es que, a pesar de muchas horas de lectura, no logran comprender
lo que leen. Entonces cabe preguntarnos ¿por qué no se logra comprender, si se dice que “se aprende a leer leyendo”?, ¿qué hace la
escuela con estos lectores cotidianos encerrados en sus aulas?
La escuela solo privilegia dos formas
de lectura: leer para aprender y leer para dar exámenes. La primera, está
reducida a leer en clase (su cuaderno o libros de texto), leer para cumplir las
tareas (que generalmente se copian sin procesarlas). La segunda, está
relacionada a lo que llaman los escolares “estudiar para dar examen”, en el que
“estudiar” es leer su cuaderno, apuntes de clase o libros vinculados al área curricular;
generalmente es una lectura memorística. Ambas formas de lectura son
reproductivas; es decir, se trata de reproducir lo que han aprendido a través
de la lectura.
La escuela no ayuda al estudiante a
leer con otros objetivos como la lectura por el mero placer, leer para “hacer”
algo, leer para enseñar, presentar una conferencia, escribir una columna, un
artículo o participar en la vida política del país. Así, la escuela se ha
dedicado a enseñar a leer y escribir, decodificar las letras, repetir y
reproducir (copiar), pero se olvidó de desarrollar el pensamiento crítico y
creativo sobre el texto, razonar en forma multidimensional y no solo de forma lógica.
El estudiante no ha aprendido a
“hacer” con la lectura; es decir, a usar como una práctica social (Barton y
Hamilton, 2000; Street, 2003). Nadie
lee por leer. Se hace para satisfacer necesidades personales y sociales en
diversos ámbitos de la vida. La competencia lectora está relacionada con
acciones, las que se realizan con propósitos determinados y en contextos determinados.
Leer en el siglo
XXI significa adaptarse a múltiples escenarios cambiantes y nuevas prácticas
sociales; implica hacer lecturas más multimodales y multimediales, en varios
idiomas, aulas, lugares de trabajo y sociedades multiculturales. Hoy, la
lectura es una destreza de supervivencia social y no un privilegio como lo
era antes.
Entonces, la
lectura, como toda actividad educativa, implica la intervención productiva y constructiva
de una generación, que viva su cultura y consolide su identidad. Una generación
de lectores que no reduzca su comprensión al parafraseo literal ni a las hipotéticas
inferencias importados de los conocimientos del lector; sino que puedan ser
miembros intencionales y funcionales de una sociedad alfabetizada, y para que
puedan comportarse como miembros críticos de una sociedad.