lunes, 10 de septiembre de 2012

¿QUÉ TIPO DE LECTORES PROMUEVE LA ESCUELA?


Históricamente la lectura ha estado vinculada a la escuela o al aprendizaje. La lectura, de esta forma, se ha convertido en una competencia instrumental para aprender una diversidad de conocimientos. En la escuela estos conocimientos están organizados en áreas curriculares. Si la función de la escuela es enseñar, entonces ineludiblemente se utiliza la lectura como una forma de aprendizaje; pero para leer previamente se necesita haber aprendido a leer, a esto se ha dedicado la escuela a través de la historia.

Sin embargo, la función de la escuela, en muchos casos, se ha reducido solo a enseñar a leer y escribir de manera mecánica y como meras habilidades técnicas; y desde que el niño aprende a leer y escribir, es una práctica permanente en la vida escolar. Los niños leen y bastante. El problema es que, a pesar de muchas horas de lectura, no logran comprender lo que leen. Entonces cabe preguntarnos ¿por qué no  se logra comprender, si se dice que  “se aprende a leer leyendo”?, ¿qué hace la escuela con estos lectores cotidianos encerrados en sus aulas?

La escuela solo privilegia dos formas de lectura: leer para aprender y leer para dar exámenes. La primera, está reducida a leer en clase (su cuaderno o libros de texto), leer para cumplir las tareas (que generalmente se copian sin procesarlas). La segunda, está relacionada a lo que llaman los escolares “estudiar para dar examen”, en el que “estudiar” es leer su cuaderno, apuntes de clase o libros vinculados al área curricular; generalmente es una lectura memorística. Ambas formas de lectura son reproductivas; es decir, se trata de reproducir lo que han aprendido a través de la lectura.

La escuela no ayuda al estudiante a leer con otros objetivos como la lectura por el mero placer, leer para “hacer” algo, leer para enseñar, presentar una conferencia, escribir una columna, un artículo o participar en la vida política del país. Así, la escuela se ha dedicado a enseñar a leer y escribir, decodificar las letras, repetir y reproducir (copiar), pero se olvidó de desarrollar el pensamiento crítico y creativo sobre el texto, razonar en forma multidimensional y no solo de forma lógica.

El estudiante no ha aprendido a “hacer” con la lectura; es decir, a usar como una práctica social (Barton y Hamilton, 2000; Street, 2003). Nadie lee por leer. Se hace para satisfacer necesidades personales y sociales en diversos ámbitos de la vida. La competencia lectora está relacionada con acciones, las que se realizan con propósitos determinados y en contextos determinados.

Leer en el siglo XXI significa adaptarse a múltiples escenarios cambiantes y nuevas prácticas sociales; implica hacer lecturas más multimodales y multimediales, en varios idiomas, aulas, lugares de trabajo y sociedades multiculturales. Hoy, la lectura es una destreza de supervivencia social y no un privilegio como lo era antes.

Entonces, la lectura, como toda actividad educativa, implica la intervención productiva y constructiva de una generación, que viva su cultura y consolide su identidad. Una generación de lectores que no reduzca su comprensión al parafraseo literal ni  a las  hipotéticas inferencias importados de los conocimientos del lector; sino que puedan ser miembros intencionales y funcionales de una sociedad alfabetizada, y para que puedan comportarse como miembros críticos de una sociedad.


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